TEXTOS DE LECTURA, PARA TRABAJAR DESDE LOS TRES NIVELES DE COMPRENSIÓN SEGÚN PISA
Nahaba ni tongo
Mi trabajo como becario de Unesco y la
intensa relación que establecí con ese organismo internacional hizo que varios
becarios llegaran a Rosario donde, gracias a la hospitalidad de mis padres, los
alojábamos en la casa familiar. Uno de ellos provenía de Sri Lanka. Se llamaba
Mahipala Banda Adikaram y era budista. Solía envolverse en un manto anaranjado
para meditar. Todos los días, a determinada hora, se encerraba en mi habitación
para realizar sus ejercicios espirituales. Nadie lo importunaba, y la familia
se había habituado tanto a esta rutina que, cuando llegó uno de mis primos de
visita, no se le previno y, al minuto, lo vimos salir azorado del cuarto de la
meditación informándonos, como si nosotros no lo supiéramos, que arriba de la cama
había un negro, envuelto en naranja, que ni siquiera lo miró y que estaba
rígido como una estatua. “¿Es loco el negro ese?”, preguntó. “No, es budista”,
respondimos casi a coro, como si una cosa excluyera a la otra. Pero Adikaram no
era ni loco ni negro: era centradísimo, color aceituna, y solía contarnos
historias maravillosas sobre el monte Adán de Sri Lanka, que lleva ese nombre
pues, según creen los musulmanes, allí fueron a refugiarse Adán y Eva cuando
Dios los expulsó del Paraíso, y allí están sepultados. “Adán era enorme –decía
Adikaram–, mucho más grande que tú, Guillermo, era un gigante de varios
metros”. Gozaba relatando estas leyendas y gozaba con las interpretaciones
inocentes, irónicas o perversas que hacían los argentinos. También nos contaba
sobre Rama, encarnación del dios Visnú, que conquistó Sri Lanka para recuperar
a Sita, su esposa, y sobre el Templo del Diente, que es depositario de un
diente de Buda.
Quien sí era negro, casi azul, era el
becario de Tanzania. Originario de Mwanza, puerto del lago Victoria, vivía en
Dar-es-Salaam, pertenecía a la etnia de los swahilís y hablaba esa lengua,
además del inglés. Todas las mañanas escuchábamos su “hujambo” (“Buen día” en
swahilí). “Hujambo Guillermo, hujambo Amanda, hujambo Albina”, nadie se salvaba
de su cariñoso hujambo. Cuando salía o entraba la familia, decía
automáticamente: “Hujambo”. Luego, al mediodía, anunciaba: “Nataka kula
chakula” (“tengo hambre”) y se sumergía, gozoso, en los bifes o milanesas que
se le brindaban según la ocasión y nunca se levantaba de la mesa sin decir un
sonoro “asante sana” (“buen apetito”). Era, políticamente, seguidor del gran
líder nacionalista tanzano Julius Nyerere
En Rosario, en ese tiempo (1966), era
rarísimo ver a un negro como nuestro becario. Mi sobrina Guillermina, luego de
darle un beso, corrió al espejo para ver si se le había pegado el color. Las
jovencitas de la ONG que habíamos creado para apoyar los principios de la ONU
estaban alborotadas, y cuando preguntábamos al tanzano si se podía enamorar de
una blanca, él respondía: “Mahaba ni tongo” (“uno nunca sabe”). Adikaram y el
tanzano nos permitieron penetrar en mundos desconocidos y fascinantes, y
percibir los límites de nuestra cultura
Guillermo Giacosa
Nahaba ni tongo
Mi trabajo como becario de Unesco y la
intensa relación que establecí con ese organismo internacional hizo que varios
becarios llegaran a Rosario donde, gracias a la hospitalidad de mis padres, los
alojábamos en la casa familiar. Uno de ellos provenía de Sri Lanka. Se llamaba
Mahipala Banda Adikaram y era budista. Solía envolverse en un manto anaranjado
para meditar. Todos los días, a determinada hora, se encerraba en mi habitación
para realizar sus ejercicios espirituales. Nadie lo importunaba, y la familia
se había habituado tanto a esta rutina que, cuando llegó uno de mis primos de
visita, no se le previno y, al minuto, lo vimos salir azorado del cuarto de la
meditación informándonos, como si nosotros no lo supiéramos, que arriba de la
cama había un negro, envuelto en naranja, que ni siquiera lo miró y que estaba
rígido como una estatua. “¿Es loco el negro ese?”, preguntó. “No, es budista”,
respondimos casi a coro, como si una cosa excluyera a la otra. Pero Adikaram no
era ni loco ni negro: era centradísimo, color aceituna, y solía contarnos
historias maravillosas sobre el monte Adán de Sri Lanka, que lleva ese nombre
pues, según creen los musulmanes, allí fueron a refugiarse Adán y Eva cuando
Dios los expulsó del Paraíso, y allí están sepultados. “Adán era enorme –decía Adikaram–,
mucho más grande que tú, Guillermo, era un gigante de varios metros”. Gozaba
relatando estas leyendas y gozaba con las interpretaciones inocentes, irónicas
o perversas que hacían los argentinos. También nos contaba sobre Rama,
encarnación del dios Visnú, que conquistó Sri Lanka para recuperar a Sita, su
esposa, y sobre el Templo del Diente, que es depositario de un diente de Buda.
Quien sí era negro, casi azul, era el
becario de Tanzania. Originario de Mwanza, puerto del lago Victoria, vivía en Dar-es-Salaam,
pertenecía a la etnia de los swahilís y hablaba esa lengua, además del inglés.
Todas las mañanas escuchábamos su “hujambo” (“Buen día” en swahilí). “Hujambo
Guillermo, hujambo Amanda, hujambo Albina”, nadie se salvaba de su cariñoso
hujambo. Cuando salía o entraba la familia, decía automáticamente: “Hujambo”.
Luego, al mediodía, anunciaba: “Nataka kula chakula” (“tengo hambre”) y se
sumergía, gozoso, en los bifes o milanesas que se le brindaban según la ocasión
y nunca se levantaba de la mesa sin decir un sonoro “asante sana” (“buen
apetito”). Era, políticamente, seguidor del gran líder nacionalista tanzano
Julius Nyerere
En Rosario, en ese tiempo (1966), era
rarísimo ver a un negro como nuestro becario. Mi sobrina Guillermina, luego de
darle un beso, corrió al espejo para ver si se le había pegado el color. Las
jovencitas de la ONG que habíamos creado para apoyar los principios de la ONU
estaban alborotadas, y cuando preguntábamos al tanzano si se podía enamorar de
una blanca, él respondía: “Mahaba ni tongo” (“uno nunca sabe”). Adikaram y el
tanzano nos permitieron penetrar en mundos desconocidos y fascinantes, y
percibir los límites de nuestra cultura
Guillermo Giacosa
Repetición o
invención en el amor
Creo que ya es conocido que la inestabilidad
que suele haber en los vínculos amorosos es muy común, y se presenta de las
maneras más dispares que uno pueda imaginar. No siempre duran el tiempo que uno
quisiera, no siempre acaban cuando uno se lo propone y no siempre se olvida a
la velocidad que uno quiere para recuperar la libertad e iniciar un nuevo amor.
En otras palabras, una pareja ya envuelta por la nube del amor romántico puede
sufrir dos destinos. El primero es que su amor se vuelva un vínculo repetitivo
constante de una misma rutina sosa y aburrida, o que este amor crezca basado en
una renovación que le permita a la pareja seguir soñando que siempre están
empezando de nuevo.
Pensar que un amor aburrido y
repetitivo se debe a parejas de muy poca imaginación es falso. Quienes se aburren
con un único amor son aquellos que han tenido una fijación intensa al pecho
materno, objeto parcial que siempre debería ser transitorio, pues debe
permitirse que el niño lo abandone pronto para que aprenda a buscar disfrutes
en otras partes del cuerpo de la madre hasta que la intención del deseo recaiga
en otras personas. El amante aburrido está fijado inconscientemente a su madre,
y quiere hacer del vínculo de pareja una eterna lactancia. Quien es capaz de
reinventar el amor día a día es aquel que puede recorrer el cuerpo de su amada
encontrando en cada nueva zona una sensación de descubrimiento.
Fernando Maestre
Repetición o
invención en el amor
Creo que ya es conocido que la
inestabilidad que suele haber en los vínculos amorosos es muy común, y se
presenta de las maneras más dispares que uno pueda imaginar. No siempre duran
el tiempo que uno quisiera, no siempre acaban cuando uno se lo propone y no
siempre se olvida a la velocidad que uno quiere para recuperar la libertad e
iniciar un nuevo amor. En otras palabras, una pareja ya envuelta por la nube
del amor romántico puede sufrir dos destinos. El primero es que su amor se
vuelva un vínculo repetitivo constante de una misma rutina sosa y aburrida, o
que este amor crezca basado en una renovación que le permita a la pareja seguir
soñando que siempre están empezando de nuevo.
Pensar que un amor aburrido y
repetitivo se debe a parejas de muy poca imaginación es falso. Quienes se
aburren con un único amor son aquellos que han tenido una fijación intensa al
pecho materno, objeto parcial que siempre debería ser transitorio, pues debe
permitirse que el niño lo abandone pronto para que aprenda a buscar disfrutes
en otras partes del cuerpo de la madre hasta que la intención del deseo recaiga
en otras personas. El amante aburrido está fijado inconscientemente a su madre,
y quiere hacer del vínculo de pareja una eterna lactancia. Quien es capaz de
reinventar el amor día a día es aquel que puede recorrer el cuerpo de su amada
encontrando en cada nueva zona una sensación de descubrimiento.
Fernando Maestre
Crisis de identidad
Yo no debería estar escribiendo esta
columna. Este tema no debería haberse ventilado en los medios. Su identidad no
tendría por qué haber sido noticia de primera plana ni nota abridora de cuanto
noticiero o programa de espectáculos hay en la radio y en la televisión. Sin
embargo, desde hace poco más de 24 horas, los periodistas no hemos hecho más
que ventilar los resultados de la prueba de ADN a la que fue sometida la hija
de Pablo Villanueva, el nunca más famoso 'Melcochita’.
La verdad que jamás le habíamos puesto
tanto empeño al tratamiento de una “noticia”. Preocupadísimos por cubrir todos
los ángulos, hemos hecho desfilar frente a cámaras y micrófonos a la pareja
protagonista del escándalo, a sus familiares cercanos, a los abogados
especialistas en temas de filiación y a los médicos genetistas. Hemos estado
tan afanados por que no se nos escape ningún detalle del escandalazo de la
semana, que hemos terminado perdiendo de vista un hecho elemental: esta no es
la historia de una infidelidad, ni de un engaño, ni mucho menos del cornudo
'Melcochita’. Este es el drama de una niña que tenía todo el derecho del mundo
a que un tema tan delicado como la identidad de su verdadero padre se
resolviera en privado.
Constanza aún no lo entiende, pero a
su escaso año de edad no solo no sabe quién es su papá, ni cuál será su
apellido, sino que además tiene una hermanita que está por nacer y que correrá
su misma mala suerte: será sometida a una prueba de ADN, cuyo resultado será
comentado en todo el Perú gracias al indesmayable trabajo de nosotros los
periodistas.
Leo los titulares de diarios serios,
escucho los noticieros de medios prestigiosos, reviso las webs más importantes
y no puedo evitar preguntarme: ¿Es esta nuestra chamba? ¿Esto es informar? ¿En
qué nos hemos convertido si, lo que antes hubiera sido noticia exclusiva de
medios chichas y faranduleros, hoy recibe enorme despliegue en TODOS los medios
sin excepción? Y no me vengan con que han sido sus propios padres quienes han
decidido voluntariamente ventilar el tema. ¿Si mañana un descriteriado decide
violar a su hija frente a cámaras, también le vamos a dar tribuna?
No nos engañemos intentando justificar
nuestro trabajo: Constanza no es hija de un presidente ni de un funcionario
público sinvergüenza a quien queremos poner en evidencia. Tampoco estamos
colaborando con ella para que se le haga justicia. La única razón por la que
nos ocupamos de su caso es porque su historia vende, su confusa identidad es
rentable, el misterio sobre quién es su padre es la carnada perfecta para
satisfacer el morbo de nuestro público y, así, incrementar nuestra lectoría y
audiencia.
Hoy, 16 de julio, Constanza cumple
recién un año de vida y, gracias al menudo regalo que le hemos hecho, su
existencia es un auténtico laberinto. Hoy es uno de esos días en que miro a mi
hijo y me alegro de que todavía no entienda bien en qué consiste el trabajo de
su madre. La verdad es que hoy es uno de esos días en que me da vergüenza ser
periodista.
Patricia del Río
Crisis de identidad
Yo no debería estar escribiendo esta
columna. Este tema no debería haberse ventilado en los medios. Su identidad no
tendría por qué haber sido noticia de primera plana ni nota abridora de cuanto
noticiero o programa de espectáculos hay en la radio y en la televisión. Sin
embargo, desde hace poco más de 24 horas, los periodistas no hemos hecho más
que ventilar los resultados de la prueba de ADN a la que fue sometida la hija
de Pablo Villanueva, el nunca más famoso 'Melcochita’.
La verdad que jamás le habíamos puesto
tanto empeño al tratamiento de una “noticia”. Preocupadísimos por cubrir todos
los ángulos, hemos hecho desfilar frente a cámaras y micrófonos a la pareja
protagonista del escándalo, a sus familiares cercanos, a los abogados
especialistas en temas de filiación y a los médicos genetistas. Hemos estado
tan afanados por que no se nos escape ningún detalle del escandalazo de la
semana, que hemos terminado perdiendo de vista un hecho elemental: esta no es
la historia de una infidelidad, ni de un engaño, ni mucho menos del cornudo
'Melcochita’. Este es el drama de una niña que tenía todo el derecho del mundo
a que un tema tan delicado como la identidad de su verdadero padre se resolviera
en privado.
Constanza aún no lo entiende, pero a
su escaso año de edad no solo no sabe quién es su papá, ni cuál será su
apellido, sino que además tiene una hermanita que está por nacer y que correrá
su misma mala suerte: será sometida a una prueba de ADN, cuyo resultado será
comentado en todo el Perú gracias al indesmayable trabajo de nosotros los
periodistas.
Leo los titulares de diarios serios,
escucho los noticieros de medios prestigiosos, reviso las webs más importantes
y no puedo evitar preguntarme: ¿Es esta nuestra chamba? ¿Esto es informar? ¿En
qué nos hemos convertido si, lo que antes hubiera sido noticia exclusiva de
medios chichas y faranduleros, hoy recibe enorme despliegue en TODOS los medios
sin excepción? Y no me vengan con que han sido sus propios padres quienes han
decidido voluntariamente ventilar el tema. ¿Si mañana un descriteriado decide
violar a su hija frente a cámaras, también le vamos a dar tribuna?
No nos engañemos intentando justificar
nuestro trabajo: Constanza no es hija de un presidente ni de un funcionario
público sinvergüenza a quien queremos poner en evidencia. Tampoco estamos
colaborando con ella para que se le haga justicia. La única razón por la que
nos ocupamos de su caso es porque su historia vende, su confusa identidad es
rentable, el misterio sobre quién es su padre es la carnada perfecta para
satisfacer el morbo de nuestro público y, así, incrementar nuestra lectoría y
audiencia.
Hoy, 16 de julio, Constanza cumple
recién un año de vida y, gracias al menudo regalo que le hemos hecho, su
existencia es un auténtico laberinto. Hoy es uno de esos días en que miro a mi
hijo y me alegro de que todavía no entienda bien en qué consiste el trabajo de
su madre. La verdad es que hoy es uno de esos días en que me da vergüenza ser
periodista.
Patricia del Río
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